De pronto, un corte de luz dejó sin electricidad a la ciudad. Había oscuridad total. Pero frente a casa, en la calle, de repente una luz brilló. Como un ápice de esperanza, como diciendo “aquí estoy; no me olviden”. Silenciosa, de vuelo lento y de luz verde intermitente. Tímida, salió -seguramente- de su escondite: era una luciérnaga. Sí, de esas que veíamos todo el tiempo cuando éramos chicos. De esas que hace tiempo no vemos masivamente. En ese abrir y cerrar de ojos, la pregunta que surgió entre los vecinos fue la misma: ¿qué paso con los bichitos de luz, los tucu tucu de la infancia?
Las luciérnagas eran sinónimo de verano. Cuando los primeros calores azotaban, aparecían en gran cantidad. Decoraban las charlas -con mate de por medio- en la vereda al anochecer, y algún partido de fútbol de los chicos en la calle. Eran parte de nuestra vida en esas temporadas. Pero empezaron a aparecer cada vez menos, tanto que es probable que los más pequeños jamás hayan visto una en sus vidas. Y esto no sucede sólo con ellas.
¿Alguna vez escuchaste sobre el fenómeno del parabrisas? Se trata de la apreciación subjetiva de los conductores de que cada vez hay menos insectos al salir a la ruta, que se evidencia cuando no se estrellan contra los vehículos. Es una realidad: hay menos insectos. “La cuestión de la declinación de insectos, como idea, comenzó hace unos 20 años a detectarse. Ahí surgió el fenómeno de los parabrisas; se empezaron a hacer cuentas, pero es muy difícil cuantificar cuánto ha disminuido la presencia de bichos”, relata a LA GACETA Pablo Goloboff, biólogo e investigador superior del Conicet en el Instituto Miguel Lillo.
Un problema que se ve
Lo cierto es que están desapareciendo los insectos. Goloboff lo ha comprobado por experiencia propia: “yo empecé mi carrera trabajando con arañas, y salía mucho al campo. Después, a partir de la década de 1990 me puse a trabajar con la cuestión informática (por lo cual fue premiado en todo el mundo) y dejé de salir. Hace dos o tres años volví al campo y para mí fue muy notable la diferencia entre lo que se veía en la década de 1980 y ahora -indica-; pero no hay números de la merma cuantitativa. Sólo te podés quedar con la impresión personal, y ella tiene sus defectos”.
Hay muchas razones para la desaparición de estos seres vivos, pero en los bichos de luz -advierte el experto- hay una cuestión que los perjudica sobremanera: la contaminación lumínica. “No sólo afecta a las luciérnagas. A ellas les interrumpe todas las cuestiones de cotejo y de reproducción, porque esas luces son las señales que usan para reproducirse”, comenta. Es que, para aparearse, los machos emiten destellos de luz como forma de mostrar interés en la hembra. Si la hembra está interesada, devuelve el parpadeo. ¿Cuándo se complica este proceso? Cuando las luces de las ciudades impiden que ambos ejemplares tomen estas señales de forma clara.
En un informe publicado por National Geographic por expertos del Grupo de Especialistas en Luciérnagas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, se cita que, además de la fuerte iluminación de las ciudades, la destrucción de hábitats y el uso de pesticidas están terminando con estos bichos.
“El uso excesivo de luces les produce una disrupción en su patrón de movimiento y de transporte. Pero eso es solo una parte. Los agroquímicos y pesticidas son grandes responsables. Salís al campo y ves las máquinas fumigando todo el tiempo -advierte-. Las larvas son carnívoras, y tienen desarrollo bastante lento. Todos los bichos del suelo se contaminan con pesticidas, y esos terminan llegando a la larva. Estos pobres insectos tienen todo en contra: la luz, la deforestación, los pesticidas y no es tan fácil como decir ‘ponemos un criadero de luciérnagas’. Es terriblemente difícil criar cualquier clase de bicho, porque cada uno tiene sus requerimientos de sombra, de humedad... El tema es mucho más grave y va más allá de las luciérnagas, porque vemos su ausencia. No se sabe realmente en qué medida el mantenimiento de los bosques y de los sistemas biológicos que tenemos dependen a largo plazo de los insectos, que están desapareciendo”.
Qué hacer
¿Hay algo que podamos hacer para ayudar a las luciérnagas? El National Geographic dice que sí; el primer paso es crear un hábitat para ellas. Mantener el suelo húmedo y dejar restos de madera y hojaresca; plantar arbustos y dejar que la hierba crezca mucho son algunas de las claves para que el suelo retenga la humedad que tanto les gusta a las luciérnagas.
En cuanto a las luces, recomiendan instalar sensores de movimiento, temporizadores o reguladores de intensidad. Por supuesto, también hay que reducir el uso de químicos en el suelo. “La mayoría de los pesticidas comercializados para jardineros domésticos son productos químicos de amplio espectro que matan las larvas de luciérnaga con la misma rapidez con que matan hormigas, avispas y otros insectos menos queridos”, asegura Sara Lewis, copresidenta del Grupo Internacional.
“Pero otro gran factor que afecta a los insectos y que escapa de nuestras manos es el cambio climático. No se sabe en qué medida el aumento de un grado en la temperatura podría afectar patrones reproductivos”, dice Goloboff. “Así como se habla de las abejas, que se perjudican por el cambio climático, ¿por qué no podemos pensar que todos esos factores también afectan a un escarabajo, una mosca o una mariposa?”, reflexiona, y pone a pensar al mismo tiempo.
La luz: ¿por qué brillan estos bichitos?
Se trata de una cuestión 100% química. Hay amarillos, verdes, anaranjados e incluso azules... Las luciérnagas (de la familia de coleópteros polífagos como los cucuyos) tienen en su abdomen algo como una caja negra de bioluminiscencia, con órganos lumínicos especializados que reaccionan ante un compuesto llamado luciferina. Al oxidarse por una encima, se producen dos compuestos, uno de los cuales es la luz que observamos.